EL HIJO QUE MÁS CUESTA

Cuando eres madre, siempre hay uno que cuesta más.
Es ese que te contesta, que te reta, que te enciende.
El que hace que leas todos los libros de crianza, por el que acudes a terapia, escuchas podcasts, ves vídeos, buscas audios, te unes a grupos de apoyo...
Ese es el hijo que más cuesta.
Y cuesta más porque es el que más se parece a ti.
Es el que proyecta lo que aún no has reconocido en ti misma, el que te recuerda quién eres, el que refleja que todavía no eres tu mejor versión.
Este hijo necesita más amor del que imaginas.
Necesita más atención, aunque su actitud parezca pedir distancia.
Necesita una madre presente, porque aún no sabe cómo autorregularse.
Así que, aunque a veces sientas que no puedes más, abrázale fuerte: verás que no se apartará.
Aunque tengas ganas de explotar ante lo que te diga, respira, mírale y susúrrale:
“Te amo tal como eres.”
Entonces verás cómo su rostro se suaviza.
Aunque te entren ganas de gritarle que así no, que ese no es el camino, detente.
Mejor, toma su mano y guíale hacia donde tú creas que estará bien.
Y aunque sientas que pierdes la paciencia, no lo hagas porque cada acto de rebeldía, no es más que un grito desesperado para que le mires.
Enséñale que no necesita alzar la voz para que le escuches.
Que basta con decirte: “Te necesito.”
Y tú, respóndele siempre:
“Aquí estoy.”
“Aquí sigo.”
“Te escucho.”
“Dime qué necesitas.”
“Siempre estaré aquí.”
Y aunque no tengas todas las respuestas, ten la certeza de que todo irá bien.
Porque lo único que tu hijo necesita es tu presencia, tu tiempo y tu mirada.
Ese hijo que más te cuesta, es en realidad el más vulnerable.
El que más te necesita.
El que no encuentra el camino.
El que te eligió como madre, porque incluso antes de nacer, sabía que tú podrías guiarle.
Comentarios
Publicar un comentario