Cuando
en otoño bajan las temperaturas y el viento se vuelve más frío y
sopla con más fuerza, empezamos a sentirnos helados: las manos, los
pies, la cara. Entonces ya podemos envolvernos en todas las capas de
ropa que queramos —jersey, chaleco,chaqueta— que nos va a dar
igual: ¡tenemos frío!
Nuestro
cuerpo da la alarma, pues el frío pone en peligro la temperatura
constante de unos 37 grados centígrados, necesaria para los procesos
metabólicos y para el óptimo funcionamiento de los órganos. Pero
la temperatura corporal solo puede permanecer invariable si la
producción de calor y la cesión de calor se mantienen en
equilibrio. Y el cuerpo está cediendo calor constantemente al
entorno, sobre todo por encima de la cabeza. Esta requiere un buen
riego sanguíneo, pues el cerebro, los ojos, los oídos y los órganos
vocales acaparan mucha energía. Por eso quienes practican jogging
deben llevar gorra en invierno, para evitar la pérdida de calor. Si
la temperatura es demasiado baja, unos receptores del frío
apretadamente distribuidos por la piel mandan impulsos al hipotálamo,
que se encuentra en el cerebro.
Este miniórgano, del tamaño de una
moneda de 5 céntimos, es una importante conexión entre el sistema
nervioso y el hormonal. Tiene relevancia en la dirección de muchos
procesos físicos y psíquicos; entre otros, controla la temperatura
corporal. A unos 8 grados de temperatura exterior, nuestra capa
protectora, la piel, tiene que «actuar» para evitar una mayor
pérdida de temperatura. Lo intenta, por ejemplo, erizando el vello
corporal. Antiguamente, cuando la piel de las personas aún era
peluda, se formaba entre los numerosos pelos una cámara de aire que
funcionaba como un colchón térmico. Esto ya no sirve de gran cosa
hoy en día, pues apenas tenemos pelos; un resto de ese ahuecamiento
del pelo es la famosa «carne de gallina». Además, los vasos
sanguíneos de la superficie de la piel se contraen. De esa manera
fluye menos sangre caliente por las capas externas de la piel,
especialmente en manos y pies. Así, el cuerpo ahorra calor.
La sangre es conducida desde los brazos y las piernas a los órganos internos, la médula espinal y el cerebro para mantener las funciones vitales. Y las glándulas sudoríparas, cuya misión es conservar fresca la piel, reducen su funcionamiento casi a cero. Instintivamente apretamos los brazos contra el tronco para disminuir la superficie corporal; al hacerlo perdemos menos energía. Como si dijéramos, nos ponemos en modo de ahorro de energía.
La sangre es conducida desde los brazos y las piernas a los órganos internos, la médula espinal y el cerebro para mantener las funciones vitales. Y las glándulas sudoríparas, cuya misión es conservar fresca la piel, reducen su funcionamiento casi a cero. Instintivamente apretamos los brazos contra el tronco para disminuir la superficie corporal; al hacerlo perdemos menos energía. Como si dijéramos, nos ponemos en modo de ahorro de energía.
Por
otra parte, el cuerpo puede producir más calor de forma activa. Se
eleva la frecuencia cardíaca y los músculos aumentan su
participación en la producción de calor desde el 20% escaso en
estado de reposo hasta el 90%. Primero se ponen en tensión para
generar calor. Si esto no es suficiente, empezamos a tiritar con todo
el cuerpo; los músculos se contraen involuntariamente. Y cuanto más
tiritamos, más calor vuelve a producirse en el organismo. Un
ejemplo extremo de esto son los escalofríos que aparecen cuando hay
fiebre o enfermedades inflamatorias. Pero normalmente solo sentimos
estremecimientos por la espalda, tiritamos y nos empiezan a
castañetear los dientes: los músculos de la zona de las mejillas se
mueven rápida y rítmicamente y las mandíbulas chocan la una con la
otra; no podemos evitarlo, es una función refleja, un mecanismo de
autodefensa del cuerpo que se pone en marcha de manera automática.
Algo
análogo sucede en caso de gran tensión emocional. En situación de
estrés es importante que nuestro organismo reciba un buen riego
sanguíneo a fin de estar siempre preparado para reaccionar con
celeridad. Los músculos se ponen en movimiento y en ocasiones la
mandíbula superior y la inferior entrechocan: lo que se llama «el
llanto y el crujir de dientes».
No hay comentarios:
Publicar un comentario